Mises y Marx, funcionales a la Banca
Mises y Marx, funcionales a la Banca
Por Theo Belok.
1.
Introducción
2. Dos teorías, una consecuencia: la disolución nacional
3. El enemigo compartido: la soberanía nacional
▪ Marx contra el Estado-nación
"burgués"
▪ Mises contra el Estado como
obstáculo al mercado
▪ Un mismo blanco: la soberanía
nacional
4. Consecuencias: la pista libre para el sistema financiero
▪ El nuevo amo: la casta financiera
globalista
▪ La revolución permanente y el
mercado global como enemigos de la frontera
▪ La disolución de lo común como
condición del dominio financiero
5. Cómo Marx empoderó a la casta financiera global
6. Cómo Mises empoderó a la casta financiera global
7. Recuperar la nación como comunidad soberana
▪ Una economía al servicio del bien
común y el ciudadano
8. Conclusión
1. Introducción
Tanto el liberalismo ultra
individualista de Ludwig von Mises como el comunismo ultra
colectivista de Karl Marx ofrecieron modelos que, pese a sus
antagonismos ideológicos superficiales, coincidieron en un punto crucial:
terminaron por quitar de la economía su fundamento nacional y dejaron la vía
libre para el empoderamiento contemporáneo del sistema financiero global.
Ambas teorías coincidieron
en estos puntos esenciales:
1) Ataque al Estado Nación
Soberano.
2) Empoderamiento del sistema bancario/financiero.
El ataque contra el Estado
nación lo llevaron a cabo a través de la erosión y lucha contra los fundamentos
existenciales del mismo. Minusvalorando su existencia y distorsionando su
función.
Por otra parte el empoderamiento de la casta financiera se dio a través de una
distorsión e infravaloración del poder real del Sistema financiero y el peligro
desestabilizador de sus herramientas extractivistas.
El resultado de una lucha
de siglos entre liberalismo y socialismo dio como resultado una sangría que nos
condujo al presente, donde la soberanía de los Estados nacionales se encuentra
gravemente erosionada, y donde es un hecho el papel hegemónico de la oligarquía
financiera internacional que avanza casi sin resistencia con su agenda
globalista.
Cabe resaltar antes que
nada, que se rechaza una lectura conspirativa, en ningún lugar afirmo que ambas
ideologías o ideologos tramaron en secreto la destrucción del Estado Nación y
el empoderamiento de la clase extractiva financiera. Solo afirmo que ambas
ideologías extremas el marxismo y el liberalismo austríaco han sido, por sus
postulados, funcionales a dichos procesos.
También es importante
recalcar que el liberalismo de Ludwig von Mises es una versión extrema, radical
y globalista del verdadero liberalismo original y nacional de John Locke y Adam
Smith.
Y que el socialismo de Karl Marx es una versión extrema, radical y globalista
del verdadero socialismo original, llamado "utópico" de manera
despectiva por Marx.
Ambos movimientos originales fueron raptados por estos intelectuales para
hacerlos funcionales a los intereses de los grandes banqueros del mundo.
En nombre del individuo (Mises)
o de la clase (Marx), ambos eliminaron a la nación como
sujeto económico y político soberano. Y al hacerlo, crearon las condiciones
para debilitar precisamente aquellas estructuras que permiten a los pueblos
organizar su economía con base en su historia, sus lazos naturales, su cultura
y sus vínculos reales de solidaridad.
Bajo ambos edificios
lógico-argumentativos, la economía dejó de ser una herramienta al servicio de
la vida común de una nación, para convertirse en una abstracción ideológica
materialista: en un caso, el mercado sin límites que debe servir al individuo;
en el otro, la revolución sin fronteras de una clase social. Ambas visiones
desplazaron "lo económico" de su enraizamiento territorial y
comunitario, y lo pusieron al servicio de un poder que desde hace siglos viene
creciendo y que no reconoce fronteras: el sistema financiero global.
Paradójicamente, tanto el
liberalismo como el marxismo -que se presentan como opuestos irreconciliables-
terminan sirviendo a un mismo fin: la disolución de las soberanías nacionales.
En un mundo donde el concepto de lo nacional está siendo erosionado, el capital
transnacional no necesita ya justificar su dominio; simplemente lo ejerce sin
obstáculos, sin ser el blanco principal de crítica de ninguna teoría. Por eso,
hoy más que elegir entre individuo o clase, liberalismo o socialismo, se impone
trascender esa falsa oposición puesta frente a nuestros ojos
para dividirnos, distraernos, engañarnos y someternos. Por ello hay que repensar la economía desde
la nación, desde el arraigo, desde la comunidad y la soberanía.
2. Dos teorías, una consecuencia: la disolución
nacional.
A primera vista, Ludwig von
Mises y Karl Marx parecen ocupar extremos opuestos del espectro ideológico. Uno
es defensor acérrimo del libre mercado, del individualismo metodológico y de la
propiedad privada como pilar de la civilización. El otro, crítico radical del
capitalismo, promotor de la abolición de la propiedad privada y de una sociedad
sin clases. En apariencia no tienen nada en común. Sin embargo, ambos comparten
un rasgo estructural que suele pasar desapercibido: su indiferencia -o abierta
hostilidad- hacia las formas tradicionales de comunidad y pertenencia.
Mises
basa su teoría económica en la acción individual racional y subjetiva: la llama praxeología. Para él, solo el individuo actúa; rechaza
cualquier perspectiva colectiva -como la humanidad, nación, raza, pueblo- para
entender la economía. Su modelo presupone sujetos aislados, racionales, radicalmente
subjetivos, que interactúan en un mercado ilimitado, global. La nación, en esta
visión, no es un actor económico, sino un accidente histórico o incluso un
obstáculo al progreso liberal. Muchos seguidores de la Escuela Austriaca
señalan al Estado como el enemigo.
Por su parte, Marx relega
lo nacional a un papel transitorio dentro del conflicto histórico entre clases
internacionales. La famosa frase del Manifiesto Comunista, “los obreros no tienen patria”, no es solo una consigna: es la expresión coherente
de su teoría. La nación -como la familia, la religión o la tradición- es vista
como una forma ideológica al servicio del capital burgués. Por eso, en su
modelo, la emancipación pasa por la disolución de esos lazos “falsos”, para dar
paso a una identidad de clase universal, sin fronteras. Muchos marxistas
señalan al capitalista productivo, o incluso al Mercado como el enemigo.
El resultado, en ambos
casos, es el mismo: la comunidad concreta es disuelta en favor de abstracciones
ideológicas universales. En
ambos casos, la nación como sujeto político-económico desaparece: en Marx,
porque el proletariado no tiene patria; en Mises, porque el individuo se basta
a sí mismo en el mercado. Mises, promete libertad solo a través del
mercado global autorregulado; Marx ofrece la emancipación solo a través
de la revolución mundial del proletariado. Ambos borran del mapa a las
comunidades nacionales, históricas, territoriales, culturales y espirituales
que dan forma a la vida real de los pueblos.
Ambos fracturan y enfrentan
un extremo del complemento necesario para lograr la producción: la alianza
entre el Capital y el Trabajo. En una visión no ideológica, Capital y
Trabajo son factores de la producción complementarios sumamente necesarios para
el desarrollo, la prosperidad y la unidad nacional. Pero Mises reivindica
el capital y niega el valor del trabajo. Marx reivindica el trabajo y niega el
valor del capital. Toda la Guerra Fría estuvo basada en este choque ideológico
que potenció el avance del globalismo y el debilitamiento de las
naciones.
Lo común, lo compartido, lo
vivido colectivamente -eso que hace de una economía algo más que una suma de
transacciones o una lucha de intereses de clase- desaparece en estas teorías. Y
con ello, se debilita también la capacidad de los pueblos para organizar su
vida económica desde criterios propios, desde sus necesidades reales y desde su
soberanía.
3. El enemigo compartido: la soberanía nacional
A pesar de sus diferencias
doctrinales, tanto Ludwig von Mises como Karl Marx identifican en la soberanía nacional un obstáculo a sus respectivos
ideales. Ambos ven la soberanía nacional como un obstáculo al ideal: para
uno, la unidad proletaria en su lucha de clases; para el otro, la libertad
económica.
Esta coincidencia no es
superficial: revela una raíz común en la forma en que ambos conciben el orden
político y económico. Tanto para el liberalismo radical como para el marxismo
revolucionario, el Estado-nación soberano -con sus fronteras, su identidad
cultural y su autonomía política- representa un obstáculo que debe ser superado
para dar paso a un orden superior: ya sea el mercado global único (globalismo
económico) o la dictadura internacional del proletariado (globalismo político).
Marx contra el Estado-nación
"burgués".
Marx, en su afán de
denunciar al capitalismo, elaboró una crítica radical que se construyó sobre
una abstracción: la clase proletaria como sujeto universal de la historia. Su
modelo de transformación no reconocía las particularidades culturales,
históricas o nacionales, sino que proponía una revolución global que anulaba
las fronteras y desdibujaba las identidades colectivas concretas.
Para
Marx, el Estado nacional no es más que el instrumento de dominación de una
clase sobre otra. Las naciones modernas surgen en el contexto de la burguesía y
el Estado moderno, y no existirán en una sociedad comunista futura. En su análisis histórico, el surgimiento de los
Estados modernos está íntimamente ligado a la consolidación del capitalismo y
de la burguesía como clase dominante. La nación es para Marx una
construcción ideológica que, en muchos casos, sirve para dividir a los
trabajadores y mantener el poder burgués. La revolución internacional tenía
como base la unidad obrera que trascendía fronteras, por eso la nación y la
patria eran vistas como construcciones transitorias que desaparecerían.
Por eso, el Estado-nación
burgués no puede ser reformado: debe ser destruido para dar lugar a una nueva
forma de organización política basada en el poder obrero. En esa transición, la
nación pierde relevancia frente a la unidad de clase internacional. El
proletariado, por definición, no tiene patria. La revolución socialista no
reconoce fronteras. Los países son meras plataformas para expandir la
revolución comunista, así operó la URSS, que pretendía expandirse hasta formar
un único Estado mundial de poder centralizado (globalismo político).
El objetivo final no es una
federación de naciones soberanas, sino una humanidad unificada por la abolición
de la propiedad privada, el fin de las clases y la desaparición de los Estados
nacionales. Marx no propone un nuevo tipo de soberanía, sino su disolución en
favor de un universalismo clasista abstracto. Marx quiere destruir el
Estado-nación burgués para instaurar la dictadura del proletariado
internacional.
Mises contra el Estado como obstáculo al mercado
Mises quiere reducir el
Estado a su mínima expresión, dejando al mercado global operar sin
interferencias, ni regulaciones.
Mises, desde su defensa
acérrima del libre mercado, deslegitimó toda forma de intervención estatal en
la economía. Su pensamiento, fundado en la idea de un individuo racional que
actúa por interés propio, sirvió para construir una economía desligada de los
pueblos, de la soberanía nacional y de cualquier noción de comunidad. Su obra
no sólo alimentó el ultraliberalismo, sino que contribuyó a convertir al
mercado en un nuevo árbitro incuestionable del destino colectivo y fue la base
para el anarcocapitalismo. El resultado fue la legitimación de una economía
global regida por flujos de capital que escapan a cualquier control
democrático. En este marco, las naciones pierden su capacidad de
autodeterminación y quedan sometidas al poder del sistema financiero global.
Mises ve en el Estado
nación como una amenaza constante a la libertad individual y al buen
funcionamiento de la economía. Si bien no aboga explícitamente por su abolición
total -como haría más tarde su discípulo M. Rothbard o los anarcocapitalistas-,
su ideal es un Estado mínimo, reducido casi exclusivamente a funciones
policiales y judiciales. Para Mises, cualquier forma de intervención estatal en
la economía -desde aranceles hasta políticas industriales o controles de
cambio- distorsiona los precios y erosiona la supuesta ultra-eficiencia del
mercado.
En este esquema, la
soberanía económica nacional se convierte en una aberración: las decisiones
deben tomarse según las señales del mercado, no según los intereses
estratégicos de una nación.
El comercio debe ser libre,
el capital debe moverse sin trabas, y las fronteras no deben obstaculizar la
circulación de bienes, inmigrantes y dinero (todas prescripciones normativas
liberales). La economía, en tanto lógica universal de la acción humana, no debe
estar subordinada a proyectos políticos nacionales, sino puramente a fines
subjetivos del individuo. El eje individualista abstracto disuelve la nación en
la consciencia. El economista austriaco Friedrich von Hayek llegó a
promover literalmente la desnacionalización del dinero.
Un mismo blanco: la soberanía nacional.
Ambos discursos, aunque
nacidos desde trincheras ideológicas opuestas, terminaron desviando la crítica
más urgente: la del capital financiero como estructura de poder real, sin
rostro ni territorio, que se fortalece en la medida en que se debilitan los marcos
nacionales.
Lo que une a Marx y a
Mises, en última instancia, es su desconfianza -o desprecio- hacia la soberanía popular encarnada
en el Estado-nación. En
lugar de concebir la nación como un cuerpo político con derecho a
autodeterminar su destino económico, o político, ambos la reducen a una ficción
o una amenaza. En sus modelos, no hay lugar para una economía enraizada,
gestionada democráticamente por una comunidad nacional. Toda forma de
organización local, soberana, arraigada, se considera una limitación al
despliegue del ideal: la revolución internacional o el mercado global.
Tanto Mises como Marx,
declararon la guerra a los fundamentos nacionales de la economía.
Así, bajo etiquetas
distintas, ambos contribuyen a erosionar la idea misma de un pueblo que
gobierna su economía. La soberanía nacional -es decir, la capacidad colectiva
de un pueblo para decidir sobre su destino material- queda deslegitimada tanto
desde la izquierda como desde la derecha. En ambos casos, el resultado fue la
erosión de las naciones como ejes vertebradores de la economía y el desarrollo.
Supremacismo de MERCADO y Supremacismo de CLASE.
Mises impulsa un
supremacismo de mercado universal, es decir el mercado por
sobre todo.
Marx impulsa un supremacismo proletario universal, es decir la clase
social por sobre todo.
El primero se centra en
desnacionalizar la economía, el segundo se centra en desnacionalizar la
frontera nacional en una lucha explícitamente internacionalista.
Para el primero no existe nación, existe individuo absoluto.
Para el segundo no existe nación, existe clase proletaria.
Diluyen ontológicamente la comunidad natural, mientras dan vía libre al poder
financiero para empoderarse mientras las fuerzas productivas se disuelven en un
conflicto artificialmente creado.
4. Consecuencias: la pista libre para el sistema
financiero.
En un mundo sin soberanías
ni vínculos comunitarios fuertes, el capital se mueve libremente, sin
resistencias. Tanto el marxismo como el ultra liberalismo nacieron como
críticas al orden económico existente, y cada uno prometía una forma de
"emancipación": la libertad del individuo frente al poder del
Estado (en Mises), o la liberación del trabajador frente a la opresión del
capital (en Marx). Pero, en la práctica, el despliegue histórico de estas
ideologías ha terminado por habilitar el ascenso de una fuerza que ninguno de
los dos sistemas llegó a enfrentar de manera primaria: el sistema financiero
global, que conforma una oligarquía
financiera internacional, un poder que no necesita ni ciudadanos
ni clases ni naciones, solo consumidores atomizados y territorios desregulados.
Dejar al mercado libre sin
regulaciones ni interferencias es la antesala, la precondición que permite a
los banqueros expropiar libremente la riqueza de la economía productiva
(capital+trabajo) a través del interés del dinero.
Ambas teorías fueron
funcionales al poder financiero, minusvalorando su peligro su fuerza y su
alcance, desviando la crítica así como legitimando las condiciones y
herramientas que lo empoderaron.
El nuevo amo: la casta financiera
globalista.
El capital financiero opera
por encima de los Estados y las ideologías. No tiene patria, ni cultura, ni
lealtades. Se mueve donde hay desregulación, beneficios fiscales, mano de obra
barata y mercados abiertos sin control estatal. No le interesan las formas
tradicionales de comunidad: las disuelve o las convierte en mercancía. En un
mundo donde las naciones han sido llevadas a abandonar su soberanía económica y
donde las ideologías han convertido la economía en un mecanismo autónomo, el
capital financiero encuentra su hábitat ideal. Este poder supranacional
financia medios de comunicación, influencer, economistas, y promueve teorías
que favorecen su accionar.
La revolución permanente y el mercado global
como enemigos de la frontera.
Paradójicamente, tanto el proyecto revolucionario marxista como el mercado sin restricciones defendido por Mises han contribuido a eliminar los límites que contenían el poder del capital supranacional. Marx, al proponer una revolución internacional que destruyera las estructuras nacionales, abrió camino a un internacionalismo que -cuando fracasó políticamente- fue reciclado como globalismo económico. Por su parte, Mises, al predicar la competencia global sin trabas, debilitó la legitimidad de cualquier forma de protección económica, facilitando la entrada de corporaciones transnacionales y fondos especulativos en los mercados locales. Por ejemplo, los ultraliberales rechazan los aranceles del presidente norteamericano Donald Trump y su política económica proteccionista.
Ambos modelos desmantelaron
los diques de contención que protegían a las comunidades frente a los abusos y
la concentración de poder a escala mundial. En el discurso marxista, la
“solidaridad internacional” justifica el desarraigo y la movilidad forzada de
los trabajadores; en el discurso liberal, la “eficiencia del mercado” justifica
la destrucción de la industrias nacional, la pérdida de empleos y la
subordinación hacia actores financieros que nadie eligió, incluso se justifica
la sustitución de población nativa por mano de obra cuasi esclava de
inmigrantes.
La disolución de lo común como condición del
dominio financiero.
Tanto la revolución
permanente de una clase sin patria, como el libre mercado absoluto que
desprecia aranceles y controles, terminan siendo funcionales al mismo proceso:
la disolución de los límites al poder financiero. Cuando la nación ya no es
soberana, cuando la comunidad ya no tiene autoridad sobre sus recursos, cuando
las decisiones económicas se toman fuera del territorio y al margen de la
voluntad popular, el capital financiero no encuentra resistencia. Las fronteras
están siendo desmanteladas, y con ello, la capacidad de los pueblos
para oponerse a su sometimiento económico.
Así, lo que parecía una
oposición entre dos grandes ideologías termina siendo una falsa dicotomía.
Ambas, por caminos distintos, han contribuido a crear un mundo perfectamente
funcional para el capital sin patria.
5. Como Marx empoderó a la casta financiera
global.
De manera consciente o
inconsciente Karl Marx contribuyó con su teoría a empoderar el capital
financiero, los intereses, el crédito, la especulación, los títulos de deuda etc.
¿cómo? a través de varias formas en las que infravaloró este
capital.
Primero, lo categorizó como "capital
ficticio".
Segundo, asignó una ontología subordinada al capital industrial, de
menor importancia. Es decir una subestimación estructural.
Tercero, afirmó que no es parte del proceso
productivo, por tanto no forma parte directa de la explotación.
Cuarto, al focalizar toda la crítica al capital industrial, desvió la crítica
de los banqueros, la usura y el poder de emisión privada de dinero. Es decir
realizó un desplazamiento del problema.
Quinto, el dinero como mercancía (ni como bien social
ni como una institución social).
Marx subordina el capital financiero al capital industrial, porque éste es el que crea valor y plusvalía. El capital financiero es "ficticio", a veces lo llama "nulo", ya que no genera valor ni plusvalía de manera directa.
“El capital ficticio es el capital
que figura como tal únicamente en forma de una promesa de pago. No tiene una
base real inmediata en el proceso de producción.”
— Marx, El Capital, Libro III
Para Marx, el capital ficticio es una forma de capital que no existe físicamente como los medios de producción ni como mercancías, sino como representaciones de valor futuro.
Son títulos, acciones, bonos, deuda pública o instrumentos financieros que no producen valor por sí mismos, pero este capital "ficticio" puede circular y acumularse en los mercados financieros como si fuese capital real, pero no participa directamente en la producción de valor.
Este "gran error" de Marx fue muy oportuno para la casta extractiva
financiera. Hoy en día el valor total de los activos financieros (acciones, derivados,
fondos, etc.) es varias veces mayor que el PIB mundial. Las decisiones
sobre inversión, empleo y estrategia empresarial están determinadas por las
expectativas de rentabilidad en los mercados financieros. Incluso las
empresas industriales se comportan como actores financieros: recompran
acciones, especulan con divisas, manipulan sus balances para satisfacer a los
inversores.
No lo ve como núcleo operativo del poder económico, ni como parte directa del sistema de explotación, sino como un instrumento secundario que ayuda a expandir al capital industrial.
Marx reconoce que el capital financiero tiende a crecer de manera exponencial (interés sobre interés), capaz de superar la capacidad de pago de los deudores.
Tras señalar brevemente ese problema, Marx “abandona abruptamente el tema” y vuelve a su tesis de que, a pesar de su poder, el capital financiero está subordinado a la dinámica del capital industrial.
Según él, el capitalismo industrial utiliza el capital financiero para expandirse, y por tanto lo mantiene bajo su lógica. El destino del capitalismo industrial era usar el capital financiero como herramienta de expansión. El capital a interés quedaba entonces subordinado y por ello infravalorada su peligrosidad.
Esta jerarquía conceptual
-donde la “producción” sigue siendo el centro y la “finanza” es algo
secundario- minimiza el poder real del capital financiero, que hoy
no solo dirige los flujos globales de dinero, sino que controla empresas,
gobiernos, políticas monetarias, medios de comunicación y universidades.
6. Como Mises empoderó a la casta financiera
global.
De manera consciente o inconsciente Ludwig von Mises contribuyó con su teoría a empoderar el sistema financiero, los intereses, el crédito, la banca comercial y la especulación. ¿Como lo hizo?
Aunque Ludwig von Mises es reconocido por una retórica fuertemente antibanca central estatal, su teoría es un respaldo, en general, a la banca privada, la usura e incluso la emisión privada de dinero. Estos son los puntos que a mi criterio lo demuestran:
Primero, en su tratado de economía "La Acción
Humana" se manifestó a favor de un sistema de "completa libertad
bancaria" como mejor procedimiento posible para lograr un sistema
financiero estable en una economía de mercado.
Segundo, en su sistema de "completa libertad bancaria" dejó la
puerta abierta a un coeficiente de reserva fraccionaria y la consecuente
emisión privada de medios fiduciarios.
Tercero, contempló en otros escritos (no en su
tratado económico) un sistema de coeficiente de caja del 100% para los
depósitos a la vista, pero pronto lo descartó como políticamente irrealizable
(Juan Ramón Rallo). Esto desorientó a muchos de sus propios seguidores.
Cuarto, su forzada "teoría del ciclo económico" termina
responsabilizando de toda crisis económica a la tasa de interés fijada por
el gobierno vía banca central. Es decir, realizó un desplazamiento
del problema, de lo privado hacia lo público.
Quinto, Mises legitimaba el interés del dinero.
Desde su perspectiva de la escuela austríaca de economía, el interés no es una
injusticia ni una explotación, sino la expresión legítima de la preferencia
temporal de los individuos. Que lleva a las personas a valorar más los
bienes presentes que los bienes futuros. Por eso, alguien que presta dinero
(renunciando al uso presente de ese dinero) exige una compensación: el
interés.
Sexto, el dinero como mercancía (ni como bien social
ni como una institución social) y su idílico teorema regresivo de la moneda
para explicar su valor.
Estos 6 puntos pueden interpretarse como funcionales al statu quo de la banca comercial y el sistema financiero. A esto podemos sumarle el hecho de que Mises trata los medios fiduciarios como si fueran activos reales o “bienes presentes”, según el economista austríaco Juan Ramón Rallo, Mises no distingue correctamente entre activo real y activo financiero.
Pero esa defensa de la
libertad bancaria no era un principio, sino un medio instrumental para
limitar cuantitativamente el dinero. En los hechos, abría la puerta a una banca
comercial con capacidad de expandirse bajo el supuesto de que la competencia la
disciplinaría. De este modo, Mises enfrentaba al banco central como “enemigo
visible”, pero dejaba intacto el poder privado de los banqueros privados.
7- Recuperar la nación como comunidad
soberana
Frente al falso dilema
entre ultra liberalismo y socialismo marxista, emerge hoy una necesidad
histórica: reconstruir la soberanía de los pueblos sobre su destino económico, político y
cultural. No se trata de volver a formas anacrónicas de nacionalismo. Se trata,
más bien, de repensar la economía desde lo común, lo arraigado, lo concreto: desde las necesidades reales de las
comunidades y desde su derecho a organizarse con independencia del poder
financiero global.
La nación, entendida no
como un obstáculo, sino como una comunidad viva, histórica y organizada, que debe recuperar su lugar como espacio
legítimo de decisión económica al servicio de toda la ciudadanía. Es en el
marco nacional donde todavía pueden darse procesos de deliberación democrática,
políticas públicas soberanas y formas de coordinación económica socialmente
útiles.
Una economía al servicio del bien común y el
ciudadano.
Mientras el liberalismo
pone la economía al servicio del individuo abstracto y el marxismo la somete a
una clase universal sin patria; la otra alternativa que se impone hoy es una economía al servicio
del bien común y el interés nacional. Esto implica reconocer que la producción, el trabajo, los
recursos naturales y las decisiones estratégicas no pueden estar subordinados
ni al interés privado absoluto ni a modelos sociales utópicos
internacionalistas.
Organizar la economía desde
la nación significa recuperar herramientas como la dirección estratégica, la
protección de industrias clave, el control del crédito, la estabilidad
monetaria y el fortalecimiento de infraestructuras y redes productivas locales.
Significa, también, revalorizar la cultura del trabajo, la solidaridad
intergeneracional, así como la defensa del territorio y los recursos nativos.
8.Conclusión
Ambos
pensadores, han desarrollado teorías totalizantes que han servido como caldo de
descomposición del mayor logro civilizatorio de los últimos siglos: El Estado
Nación Soberano y el Capitalismo Productivo. Sus teorías han favorecido a fin de cuentas, a una clase
parasitaria de tipo financiera internacionalista que hoy es la capa dominante
de Occidente y el mundo.
Durante los últimos siglos,
el debate económico y político ha estado encapsulado en una falsa
oposición: liberalismo vs. marxismo, mercado vs. Estado, individuo vs. colectivo. Esta dicotomía -alimentada por guerras ideológicas y
polarizaciones mediáticas- ha servido más para confundir y manipular, que para
esclarecer y mejorar. En ese fuego cruzado, lo que ha quedado fuera del campo
de visión es justamente lo esencial: la comunidad política concreta, la
nación soberana, el pueblo como sujeto histórico al cual la economía debe
servir.
Tanto Mises como Marx
ofrecieron ideologías que terminaron por erosionar las bases
materiales y simbólicas de lo común. Al colocar al individuo o a la clase por encima de la nación, ambos
deslegitimaron la idea de una economía al servicio de un cuerpo político
soberano. En su lugar, dejaron vía libre a la expansión de un poder que sí
entiende lo que está en juego: el capital financiero global, que avanza allí donde no hay estructuras que
lo contengan, ni territorios que lo limiten, ni pueblos que lo enfrenten.
Hoy, el verdadero
dilema no es entre individuo y clase, sino entre comunidad soberana y poder global. Entre una economía gestionada democráticamente
por los pueblos o una economía entregada al control de fuerzas impersonales que
operan más allá de cualquier ley, cultura o frontera.
Por eso, más allá de las
etiquetas ideológicas heredadas, es hora de volver a pensar la economía
como parte de la vida común, como
una dimensión inseparable de la cultura, la historia y el destino de las
naciones. La recuperación de la soberanía económica, política y espiritual no
es una opción entre muchas: es la condición de posibilidad de cualquier
libertad real, de
cualquier justicia concreta, de cualquier proyecto de futuro que no esté
dictado desde arriba por intereses ajenos.
Solo desde una comunidad natural
organizada y soberana será
posible reconstruir el sentido de lo común y oponerse a la lógica destructiva
del sistema financiero sin patria. Ese es el verdadero debate del siglo XXI.
Por esta razón invito a todos a conocer la nueva Escuela Económica Soberanista
y la Teoría de las 5 Soberanías que estoy desarrollando
(www.teoriasoberanista.com)

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