¿Qué es el POPULISMO para el estratega de Trump?

 

Por Axel Kaiser.

Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre él, no cabe duda de que Steve Bannon es uno de los personajes más influyentes y controvertidos de la política mundial en la actualidad. Con una trayectoria educacional que incluye Virginia Tech School, Georgetown y Harvard, Bannon llegó a desempeñar ocupaciones tan diversas como la de oficial de la Marina estadounidense, banquero de inversiones en Goldman Sachs y productor de Hollywood. Sin embargo, sería su incursión en política lo que lo llevaría a la fama mundial.

Y es que fue Bannon quien, contra todos los pronósticos y para perplejidad del mundo entero, diseñaría la estrategia que puso a Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos. Luego de asumir, Trump lo nombraría ‘chief strategist’ de la Casa Blanca y ‘senior adviser’ del presidente, cargos que mantuvo hasta que diferencias con su jefe lo hicieron partir. Hoy, el también cofundador de Cambridge Analytica viaja por el mundo promoviendo lo que denomina “revolución populista”, apoyando y asesorando a movimientos nacionalistas entre los que están el de Viktor Orbán en Hungría, el de Matteo Salvini en Italia, el Frente Nacional de Le Pen en Francia y, según muchos, el de Jair Bolsonaro en Brasil.
En esta conversación, Bannon desarrolla su visión política, analiza el auge populista en el mundo y explica los conceptos que lo motivan en su cruzada “revolucionaria”.
Comencemos por aclarar su concepto de populismo. En América Latina sabemos que el populismo se encuentra relacionado con políticas desastrosas en términos económicos y sociales y con amenazas a la institucionalidad que pueden venir desde la izquierda o la derecha. ¿Podría explicarnos qué entiende por populismo y cómo es que, en su visión, este no es una amenaza para la estabilidad y prosperidad de los países?
Bueno, existe una diferencia fundamental entre el uso del término ‘populismo’ que usted describe y lo que ocurre hoy en día. Actualmente, el populismo consiste más bien en una revuelta en contra de las élites globalistas que han pasado a llevar la soberanía de países individuales y el valor de la ciudadanía. Por eso es que vemos una revuelta en países como el Reino Unido, Italia, Hungría, Francia y a través de Europa occidental y ahora con Trump en Estados Unidos. Se trata de un movimiento soberanista que comenzó hace muchos años con Ross Perot y Sarah Palin, pero se manifestó luego de la crisis financiera de 2008, cuando las élites corporativas y de Wall Street se rescataron a sí mismas, tomando ventaja del sistema.
¿Y cómo se configura exactamente ese populismo?
Recuerde que las piezas centrales de la campaña de Trump fueron las siguientes: en primer lugar, nacionalismo económico; en segundo lugar, la seguridad nacional de Estados Unidos, y la tercera gran área de trabajo es el desmantelamiento del Estado administrativo burocrático. Jueces como Brett Kavanaugh y otros que ha nombrado Trump no son primeramente conservadores en temas valóricos como lo era Antonin Scalia. Lo que ellos harán será atacar el leviatán que ha creado la izquierda.
¿Podría desarrollar un poco más esa idea?
En los 70, la izquierda entendió que debía buscar caminos de poder distintos al de las elecciones, pues algunas las iban a ganar y otras las iban a perder. Como consecuencia, comenzó a montar un Estado administrativo para crear todo tipo de regulaciones que usualmente eran muy distintas a lo que querían los representantes que hacen las leyes. Así han construido un sistema que aprueba reglas que ellos mismos aplican e incluso tienen sus propias cortes administrativas, las que han comenzado a hacer metástasis. En ese contexto, cuando digo que soy un populista de derecha lo que afirmo es que no soy un libertario ni un anarquista, sino que buscamos una clase trabajadora que tenga algo que decir. Eso requiere que haya mejores acuerdos comerciales que permitan tener mejores trabajos y acabar con el capitalismo de amigotes –‘crony capitalism’–, porque Estados Unidos hoy es casi un capitalismo de Estado. Tenemos corporaciones tecnológicas y de medios gigantes que se concentran cada vez más entre sí y que concentran su poder con el poder de un enorme gobierno. Eso lo debemos terminar.
¿No sería preferible una alternativa política más moderada que Trump u Orbán?
El mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareciendo, eso es un hecho. Entonces, si vas a tener que acomodar tu filosofía de inversiones al hecho de que hay que preocuparse de las personas comunes y corrientes, parece evidente qué camino se debe seguir. De lo contrario, tendrás a Jeremy Corbyn, Bernie Sanders, a los Chávez, Allende y Castro de este mundo y ya hemos visto lo que hace el populismo de izquierda: la principal víctima es la gente más vulnerable que se enfrenta a un poder político centralizado y alejado de ellos, y a un masivo intervencionismo estatal de consecuencias desastrosas.
¿Podría decirse que usted está hablando de una especie de capitalismo popular, –‘for the people’– para usar el concepto del profesor Luigi Zingales, quien hace un tiempo lo invitó a hablar en la Facultad de Negocios de la Universidad de Chicago?
Así es. Mire, lo que los trabajadores quieren es un día de pago honesto para un día de trabajo honesto, no una transferencia del gobierno. No quieren que el mundo compita con ellos por su trabajo, sino un sentido de nacionalismo económico donde el Estado prioriza su bienestar, no mediante subsidios masivos, sino a través de la habilidad de tener trabajos mejor pagados. Adicionalmente, quieren tener acceso a capital para desarrollar emprendimientos. Este movimiento populista se trata de hacer a todos capitalistas, es decir, promercado; pero este debe ser iluminado. Lo que tenemos hoy en Estados Unidos es socialismo para los muy pobres y socialismo para los ricos.
¿Lo dice por la reacción a la crisis financiera de 2008?
Lo que ocurrió en la Oficina Oval en septiembre de 2008 explotó en la elección de Donald Trump. Fue el colapso financiero y los rescates. Recuerde que el balance de la Reserva Federal en esa fecha era de 880.000 millones de dólares. Cuando Trump levantó la mano para llegar a la Casa Blanca era de 4,5 billones –millones de millones– de dólares. La inundación de dinero de la Fed, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco de Inglaterra elevó los precios de los activos porque tenían miedo de un colapso. Lo que hicieron esencialmente fue imprimir dinero para salvar a los ricos.
Pero podría decirse que sin esas medidas se habría producido una crisis mucho peor que, finalmente, habría afectado también de manera terrible a las personas más modestas...
Ben Bernanke (expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) y Henry Paulson (exsecretario del Tesoro) pidieron un billón de dólares diciendo que si no se los pasaban, todo iba a colapsar en 72 horas. Cuando el jefe de la Fed te dice eso... Yo creo que el paquete de rescate original tenía que ocurrir simplemente debido a quien lo estaba pidiendo. Pero hay una gran diferencia entre sumar un billón a 800.000 millones, lo que da un total de 1,8 billones, y terminar con 4,5 billones porque jamás dejaste de imprimir. Esto afectó los ahorros de la gente; hay una tremenda diferencia en las deudas de los sistemas de pensiones debido a eso; el mercado de viviendas se puso fuera del alcance de las personas, que además ven salarios planos y cero incremento en el valor neto de sus activos. Debemos dejar de socializar el riesgo.
Ese es un argumento que han puesto sobre la mesa muchos economistas, que la transferencia de riesgo de la banca al contribuyente no es capitalismo...
No lo es. Les hemos dado un tremendo potencial de ganancias a los ‘hedge funds’ y a esa gente, y muy poca pérdida, creando un enorme riesgo moral. Los ricos deben entender que debemos abrir el sistema para todos y dejar de socializar el riesgo. Por eso es que el populismo de derecha se trata de capitalismo para todos. Creo que ese es el futuro, especialmente en América Latina. La devastación de programas socialistas ha sido criminal producto de una combinación entre codicia y teorías económicas nefastas. Por eso creo que Chile es un gran ejemplo que deberían seguir. Lo increíble es que ustedes les dieron una lección a los dos grandes íconos conservadores, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que tomaron lo aprendido en Chile y lo aplicaron en las grandes democracias occidentales. Y aún vivimos de ese capital.
¿El populismo de Trump y otros no se trata de un juego con las emociones de la gente, de un fenómeno irracional? ¿Será que las élites no vieron eso y fueron tomadas por sorpresa?
Las élites son tan arrogantes que no pueden entender lo que pasó con Trump. Yo provengo de una familia de clase trabajadora y le puedo decir que esa gente ya no se sentía representada. Esto no es emocional, aunque sí hay un elemento de ello: esto es racional. La gente entiende que en la crisis financiera las élites se ocuparon de sí mismas y nunca tomaron en cuenta a la gente, hasta que apareció Trump. Y lo que hicimos fue decir que él era el representante de la gente y Clinton, la guardiana del ‘establishment’ corrupto.
Pero Trump es un multimillonario que pertenece a la élite. ¿Por qué sería diferente?
Trump conecta con la clase trabajadora, tiene una habilidad única en eso. Ellos creyeron que él podía revertir el declive generado por las élites de los dos partidos, que se sentían cómodos administrándola. Lo que Trump dijo es que iba a ser un disruptor e innovador en distintas áreas, desde la Otán y Corea del Norte hasta el comercio con China, dando voz a la gente y revalorizando el concepto de ciudadanía. Ese es el poder de Trump y siempre digo que esta revolución recién está comenzando, vamos a tener cada vez más gente en Pakistán, Asia, África, América Latina que exigirá este populismo de derecha. Una vez que los ‘millennials’ se sumen, va a ser la fuerza política más poderosa en el mundo.
Usted habla además de nacionalismo, y si combina ese concepto con el de populismo, es difícil no pensar directamente en fascismo...
Tal vez un nombre más apropiado sea el de movimiento soberanista, pero nada puede ser más alejado del fascismo, pues este último supone la adoración del Estado y su fusión con los intereses económicos. Nosotros somos los antifascistas que buscan deconstruir el Estado administrativo. Además somos individualistas, aun cuando creemos que hay poder en la respuesta colectiva de la gente que no quiere al ‘nanny state’ (Estado paternalista) en sus vidas personales, porque lo que quiere es libertad individual. Cuando hablo de nacionalismo, me refiero a naciones-Estado soberanas del estilo del orden del Tratado de Westfalia, pues ellas son mejores para gobernarse a sí mismas ya que entienden su cultura, su civilización y su política.
¿No propone la abolición de la Unión Europea, por ejemplo?
No. Hubo una idea radical que surgió en las escuelas de negocios en los 70, que se llama la maximización del valor de los accionistas, donde todo se trataba del retorno sobre el capital, activos y el traspaso a los accionistas, lo cual inclinó demasiado las cosas a favor de los corporativistas. Lo que queremos es maximizar el valor de la ciudadanía, que ustedes, los ciudadanos de Chile, por ejemplo, reciban un trato especial respecto a quienes no lo son, pues ha tomado muchas generaciones llegar a donde están. Tienen una herencia y una cultura que es especial dentro de esa nación llamada Chile.
¿Y esta idea no tiene nada que ver con etnia o raza? Se suele acusar de xenofóbica...
Para nada. Al nacionalismo económico no le importa tu raza, religión, género, preferencia sexual ni nada de eso. Lo que le importa es la ciudadanía. Creo que en Estados Unidos, los principales promotores de la idea serán los afroamericanos e hispanos de la clase trabajadora. Ya se está viendo. Un millón seiscientos mil afroamericanos que votaron por Obama no votaron por Hillary Clinton. Tampoco estaban preparados para votar por Trump, pero están en un periodo de transición y no sé cuántos votarán por él en la próxima vuelta, pero sé que cada vez menos votarán por los demócratas. Ellos comienzan a entender que nosotros somos la alternativa más racional porque estamos velando por el interés de los trabajadores.
En términos de la guerra comercial, ¿cómo se justifican las tarifas, si el libre comercio es lo más beneficioso para todos?
Trump se sentó en una reunión del G7 con Francia y Alemania y dijo que estaba dispuesto a retirar todas las tarifas de inmediato y llevarlas a cero si los demás retiraban los subsidios, pero ellos dijeron que eso no se podía hacer. Esto no es una guerra comercial. China, que es una sociedad totalitaria y mercantilista, ha estado en guerra económica con Estados Unidos, desindustrializándolo por veinte o treinta años, y Trump la está enfrentando en sus mismos términos de combate y no va a perder.
¿Cómo ve la elección de Bolsonaro en Brasil? ¿No lo percibe como una amenaza a la democracia, según ha dicho, por ejemplo, ‘The Economist’?
Brasil es un país al borde del abismo, y creo que Bolsonaro lo puede rescatar. Esto es lo que ‘The Economist’ no menciona: hay una amenaza a la democracia por la anarquía en las calles, tienes 68.000 asesinatos al año y muchos más que no son reportados. Brasil se está moviendo hacia la anarquía y lo que Bolsonaro dice es que para salvar la democracia deben tener orden y legalidad. Creo que es un héroe. Cuando me junté con sus hijos en Nueva York, lo primero que les dije fue que debían tener cuidado porque lo iban a tratar de matar.
¿Entonces, no teme que exista un auge de democracias iliberales en Occidente? Ese es el consenso...
Los globalistas aman las elecciones hasta que comienzan a perderlas y entonces son todas democracias iliberales. La verdad es que los triunfos han sido contundentes. Orbán sacó casi un 70 % de los votos; Salvini y De Maio, 62 % y Bolsonaro podría obtener 55 % (justo lo que obtuvo, pues esta entrevista se hizo antes de esas elecciones). Estas no son elecciones cerradas sino arrasadoras. La maquinaria de George Soros (empresario multimillonario y cercano al Partido Demócrata) y sus amigos en los medios dirán que todos estos son antidemocráticos, pero ellos están ganando por amplios márgenes y proponiendo a la gente políticas que se hacen cargo de los asuntos que les aquejan dentro de su Estado nación.
¿Tampoco ve una amenaza a la libertad de expresión y prensa?
Ha habido mucho activismo político en la prensa, especialmente en el caso de Hungría con los amigos de Soros, pero no creo que haya problemas con eso, defendemos la prensa libre porque creemos que es fundamental, y me parece un gran problema que estas grandes compañías tecnológicas estén intentando suprimir la voz del lado conservador.
Respecto a las tecnologías, usted ha hablado de nuevas tendencias en el futuro que alimentarán el populismo más allá de los flujos migratorios y la situación económica de las masas...
Creo que fuera de la reacción al globalismo, estamos enfrentando la convergencia de tendencias como el auge de la inteligencia artificial y la ingeniería robótica y genética, que nos están llevando a un punto de inflexión en los próximos 20 a 25 años en relación a lo que significa ser ‘Homo sapiens’. Necesitamos un populismo en que todos tengan voz sobre eso y no quedarnos con la mentalidad planificadora e ingenieril del partido de Davos, que toma estas decisiones en un cuarto y de espaldas al resto, lo que significa que si no estás en el cuarto, probablemente estás en el menú. Y esto no se trata de republicanos contra demócratas, pues lo que hemos tenido es una clase política permanente de globalistas de izquierda y de derecha. Trump es una reacción en contra de eso.
Finalmente, ¿cómo ve el rol de las universidades en todo el contexto político que describe? Ha habido mucha discusión sobre este tema...
Creo que la escuela de Fráncfort y el marxismo cultural están profundamente inmersos en los programas de adoctrinamiento de las universidades. Hemos permitido que las universidades se conviertan en centros de marxismo cultural totalmente opuestos a la base fundamental del Occidente cristiano, y eso debe ser enfrentado, pero la prioridad ahora es ganar elecciones. La victoria engendra la victoria. Si ganas elecciones, puedes implementar tus programas y, en última instancia, tendrás que llegar a la raíz de este radicalismo, y ese es el sistema educacional y universitario y la maquinaria de ONG respaldada por Soros. Pero la marcha por las instituciones comenzó hace décadas, en los 60, cuando la izquierda entendió que tomarse la educación le iba a dar un enorme poder para cambiar la sociedad, y estaba en lo correcto. Pero no habrá una varita mágica que lo corrija, tendrá que haber una confrontación muy larga.
* Esta entrevista fue publicada originalmente en ‘El Mercurio’ de Santiago de Chile, miembro, como EL TIEMPO, del Grupo de Diarios América (GDA).
AXEL KAISER
Director Ejecutivo de Fundación para el Progreso de Chile

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