EL OSCURO ESPECTRO DEL PARTIDO COMUNISTA CHINO

 



EL OSCURO ESPECTRO DEL PARTIDO COMUNISTA CHINO

Por Theo Belok

Siglo XXI, los Occidentales pensaban que las catástrofes totalitarias del siglo pasado habían sido superadas, que las cadenas de la barbarie de regímenes brutales habían sido rotas para siempre.

Pero la antorcha de la libertad,  para que ilumine, debe ser protegida día a día. El final de la guerra fría, signado por la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, parecía marcar el triunfo definitivo hacia la libertad. Sin embargo las fuerzas del fanatismo materialista y clasista, mantendrían vivo el espectro furtivo del comunismo.

La moribunda URSS entregaría la posta al Partido Comunista Chino que a costa de las grandes potencias, crecería al punto de disputarle el poder mundial a los EEUU. Lejos de ser fruto del mérito propio, ese crecimiento artificial se logró a expensas de explotación humana, mano de obra esclava china, violación de derechos fundamentales y el robo sistemático de propiedad intelectual y tecnológica de Occidente.

Estados Unidos gozaría de una posición hegemónica en la década de los 90´ y la primera década del Siglo XXI, dirigiendo de manera arbitraria un mundo unipolar. En vez de aprovechar su posición de relevancia para practicar un liderazgo constructivo, la potencia número uno del mundo, -intervenida por el establishment globalista-, se embarcó en una serie desatinada de guerras sin sentido en el Medio Oriente. Todo ocurría al tiempo que brindaba ventajas incomprensibles a los productos Chinos, que entraban a países occidentales como si no hubiese fronteras. Productos de mala calidad y bajo precio, destruían a través del dumping, la industria local junto a su mano de obra.

Los partidos con tendencia izquierdista se convertían en partidarios del derribo de fronteras y políticas divisivas de reivindicaciones identitarias de minorías sobre-victimizadas.

Mientras los comunistas duros se apoderaban del gigante asiático, los socialistas-progresistas en Occidente se apoderaban de las instituciones nacionales, socavando los valores por dentro.

Era el 2016, y las fuerzas político-culturales subversivas venían instaurando aceleradamente el régimen de lo "políticamente correcto", basado en la cultura de la muerte, la censura y la cancelación.

Un socialismo cínico, de buenos modales, de traje y corbata multicolor, se disponía a acabar sutilmente con todas las libertades que duramente la civilización consiguió con tantos esfuerzos. El clima era asfixiante, todo parecía perdido. Pero un evento inesperado, un cisne negro llegaría al poder de los EEUU a poner freno al expansionismo de las ideologías destructivas. Donald Trump era electo frente a todo pronóstico adverso.

Los grandes perjudicados del globalismo, el desempleo, la deslocalización de la industria, y el acoso progresista, al tiempo que se aglutinaban tras el mandatario republicano, eran acorralados, señalados y estigmatizados por la prensa masiva. La libertad en el mundo libre fue resguardada otros 4 años más.

El republicano resistió duros ataques, y fueron continuos los esfuerzos coordinados para realizar contra él un golpe de Estado blando. La farsa del Rusiagate se apoderó del imaginario colectivo por 2 años, luego llegaría la maniobra del Impeachment (Juicio Político) donde Donald Trump terminó superando las acusaciones con resoluciones legales exculpatorias. Luego vendría “la primavera de color” con George Floyds y la violencia extremista de BLM y ANTIFA quemando, saqueando y destruyendo todo a su paso. La izquierda radical declaró la guerra a Occidente. Para apartarlo del poder a Trump y crear el caos, los operadores globales parecían sacar como de una galera, los trucos más espantosos de la ingeniería social. 

Tras cada golpe, Trump lograba salir airoso y eventualmente fortalecido. Hasta que llegó la estocada final que acabó con muchos logros históricos: la pandemia del Covid19.

El virus de Wuhan lograría brindar a los extremistas de izquierda, una herramienta disimulada que funcionaba como la excusa perfecta para impulsar con fuerza la agenda totalitaria.

A fines del 2020, el presidente de la China Comunista Xi Jinping, en la cumbre del G20: propuso utilizar a nivel global un sistema de códigos QR con el objetivo de controlar y rastrear personas infectadas por COVID–19. “La instalación de dicho sistema sería en los aeropuertos de todo el mundo”, dicho código estaría presente en el Pasaporte Verde. Pocos advirtieron que el trasfondo no tenía que ver con salud, sino con una abolición brutal de libertades individuales. Se pretendía ejercer el control digital absoluto sobre las personas. Tal iniciativa coincidía curiosamente con el proyecto ID2020 impulsado por el globalista Bill Gates desde 2017/18.

Gobiernos occidentales, principalmente socialdemócratas (es decir, los más subordinados a entidades supranacionales), sin revelar públicamente las implicancias totalitarias  escondidas detrás de la narrativa sanitaria, llevaron adelante la agenda de Xi y la Fundación Gates.

Con la llegada de las inoculaciones, esto mismo cobraría un matiz escalofriante propio de una novela distópica. Las desvergonzadas exigencias de pasaporte de vacunas obligatorio, segregando a compatriotas, discriminando a las personas en dos  categorías, devinieron en un brutal uso del poder coercitivo del Estado para reprimir al disidente y garantizar el lucrativo negocio de corporaciones farmacéuticas globalistas. Se llegaron a montar incluso campos de aislamiento forzado. Progresivamente se fueron aboliendo sistemáticamente libertades constitucionales centenarias.

Las manifestaciones masivas en las calles de las principales ciudades de Europa, notablemente en Francia, reunieron a los hombres libres dispuestos a combatir la oscura sombra de una tiranía de Estado mundial de inspiración comunista. Las protestas han repercutido creando ejemplos paradigmáticos del ejercicio del derecho cívico a expresar el descontento frente a mandatos abusivos que violan y/o anulan el Estado de Derecho. A todas estas protestas pacíficas se sumaron el Convoy de la Libertad de camioneros en Canadá y EEUU. Todo este esfuerzo simultáneo, está logrando hoy en día acabar con estas políticas dictatoriales.

El “green pass”, es el primer ensayo occidental del Sistema de crédito Social Chino, una forma de dictadura tecnológica que implementa el PCCh, donde se puntúa y clasifica a las personas según el grado de apoyo a los mandatos del gobierno, y se restringe, intimida, bloquea y cancela a los disidentes. Se trata de cambiar el garrote que reprime, por el algoritmo que reprime. El totalitarismo no desapareció, asecha desde la oscuridad bajo nuevas formas.

El virus de Wuhan proporcionó herramientas y cobertura para disimular escandalosas detenciones ilegales en campos de aislamientos, restricciones inhumanas, terrorismo mediático y des-informativo. Estas prácticas aberrantes comenzaron a ser emuladas en el mundo libre. Australia, Argentina, Alemania, Austria, Canadá y Nueva Zelanda vieron a poblaciones aterrorizadas frente a estas iniciativas gubernamentales. El espectro del comunismo asoma bajo diversas formas pero siempre desafía el estilo de vida y los principios de los pueblos civilizados.

En el 2021  tras el asalto más grande de la historia a la democracia, ascendería al poder Joe Biden. Sus nexos familiares con el PCCh y los actores ultraglobalistas no auguraban sino un escenario sombrío. Un año después de este evento, el mundo parece estar en llamas.

“Están destruyendo nuestro país. Nos están haciendo un país diferente. Nos estamos convirtiendo en un estado socialista o comunista”, dijo Trump recientemente al ex asesor principal de la Casa Blanca, Kash Patel, en su programa “Kash’s Corner” de EpochTV.

El sistema y estilo de vida más exitoso de toda la historia universal, está siendo desmantelado por un puñado de fanáticos obsesionados con el poder absoluto.  

Solo el compromiso cívico y una educación patriótica perseverante podrán salvar a Occidente.

Por Theo Belok, analista geopolítico y escritor del libro “Trump contra el Globalismo” 

Comentarios